Aprieta el primer sol y se despereza cierta canícula por los ladrillos de la terraza, la brisa fresca aún se esconde tras las esquinas umbrías y el aire anda festoneado de pólenes, como una lluvia de color.
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La torre de El Cable hermana mis dos patrias en un abrazo antiguo.
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Esta primavera de 2021 se unen dos titanes de la afección psicológica: por un lado, el clásico habitual, siempre presente, como una mosca poco pudenda que, año tras año vulnera mi espíritu, ya de por sí melancólico y lo vacía, lo deja hueco de afecciones, la astenia primaveral; y, por otro, esta nueva patología que se ha extendido como un manto a auspiciado por la crisis derivada el covid y que se ha dado en llamar fatiga pandémica.
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Sierra de las Nieves debe ir más allá de un nombramiento, de un título nobiliario que le concederá prerrogativas y le incluirá en ránquines. Sierra de las Nieves hay que creérsela y los primeros en hacerlo debemos ser los que vivimos en su área de influencia, las personas que transitamos por ella, que la vivimos, que la trabajamos desde un sector u otro. Creérselo.
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Semana Santa de recogimiento. No tanto espiritual como perimetral. La pandemia nos ha obligado a cercar nuestros posibles desplazamientos extramuros. Y este hecho insólito nos ha llevado al descubrimiento o el redescubrimiento, de nuestros alrededores más próximos, más cercanos y, con esto, a su puesta en valor. No hay como ejercer de turista en las patrias chicas para que se revele ante nosotros su verdadero atractivo.
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Cruzábamos la serranía a lomos de su serpenteo, intuíamos la carretera antigua aquí y allá, sus restos y circunvoluciones, que aparecía y desaparecía laminada por el progreso y sus afanes de rapidez, inmediatez, seguridad.
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Eran olas suaves, ondas arboladas, festoneadas de olivos. Verde contra azul. El sol de primavera reinaba en lo alto de la mañana primera. Sierra de las Nieves. Alozaina.
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Asoman las aristas de la primavera entre los espejeos del mar. Los días se han alargado y sol reina con fruición y placidez en las horas del mediodía. Se perfuman las calles, trinan los pájaros alborotados en las copas de los árboles, y se estiran los atardeceres ad aeternum. “La primavera ha llegado a la ciudad y no sabes lo bien que me sienta”, que fraseaban aquel grupo de trip hop que se llamaba Facto Delafé y Las Flores Azules en el tema “Mar, el poder del mar”.
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Daniela tiene 9 años, una gitana vikinga a la que me gustaría contarle, decirle, que su vida, que sus sueños no tienen límite, que puede aspirar a lo que desee, luchar por aquello que tiene en mente hasta las últimas consecuencias, sentir que puede, que puede y que con su trabajo, con su constancia, con su empeño será suficiente.
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Había llovido durante el fin de semana y el campo brillaba entreverado de humedad, umbrío y frondoso, semejándose más a los bosques septentrionales que al concepto de sur que se traduce del imaginario colectivo.
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