Estas primeras mañanas de octubre, cuando cierro tras de mí la puerta del portal al salir a la calle, noto en la piel el vivificante frescor del otoño, escucho cómo el viento remueve las primeras hojas secas entre mis pies y cómo la brisa agita levemente las ramas de los árboles. Aspiro profundamente, cierro los ojos y comienzo la jornada.
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Estos últimos días me llegaba por wasap un vídeo documental que glosaba los 50 años del colegio de Barakaldo en el que estudié, el Colegio Cooperativa El Regato, una rara avis en el panorama educativo al ser precisamente una cooperativa integrada por familias y profesorado que buscaba, en aquel entonces al menos, ofrecer a los estudiantes un paso más allá en la vanguardias pedagógicas y que resultó para todas las personas que participamos de ella algo más, porque aquella experiencia educativa giraba en torno a nuestras vidas, años cruciales de nuestras vidas, para mí entre los 5 y los 18, entre 1979 y 1992.
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En esta Marbella de septiembre, el sol desciende más perezoso sobre poniente, lánguido, en una caída lenta que hace eclosionar el horizonte en una infinita paleta de naranjas, morados, violáceos, rojos, amarillos, y eso nos permite a los melancólicos abrazarnos más fuerte a los versos, las canciones, las palabras.
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La vida está compuesta de rituales. Algunos de ellos trascendentes que van más allá de la vida y de la muerte, otros más livianos, casi manías, que nos acompañan en el día a día, otros se imponen de forma ruidosa cuando adquirimos nuevos hábitos. Y luego está el ritual escolar que abarca un tanto de todos los anteriores y que, sin duda, es inflexible ante los cariños, las querencias y las obligaciones.
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Reiniciar. Cada curso nos empeñamos en reiniciar, en reiniciarnos en la vida, en el amor, en los cuidados, en los emprendimientos varios, en los retos vitales y en los veniales, como si fuéramos una persona nueva, surgida, resurgida, de nuestras propias cenizas tras un proceso de abandono al descanso vacacional, como si los problemas más o menos acuciantes hubieran desaparecido de algún modo cuando, en realidad, sólo han hecho una pausa y están ahí, inasequibles al desaliento, para saludarnos de nuevo en este proceso nuestro, tan voluntarioso, del reinicio, de reiniciarnos.
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Estaba yo en el agua dándome un bañito. / Debajo del bikini, debajo del bikini / sentí un picorcito. / Le dije al socorrista que qué podía ser, / sentí un picorcillo, sentí un picorcillo / me enamoré de él.
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“La disposición de líneas de frente e intereses creados instalada en este asunto solo apareja una perdedora, la ciudad de Marbella. Porque la solución será integral o no será. Integral. Y eso se traduce en saneamiento con vertido cero al mar, retranquear y renovar los emisarios y los “pozos de la vergüenza”, frenar la pérdida de arena con planes de estabilización eficaces, terminar con la ocupación artificial, abusiva y descontrolada de las playas, recuperar la flora y fauna autóctona, proteger los espacios naturales, definir e impulsar un nuevo modelo de explotación de los arenales, y con ello, repensar un nuevo modelo turístico. De lo contrario el mar reclamará cada primavera, cada otoño, su terreno, su espacio. Y el llanto y el crujir de dientes será un día irremediable”.
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Todo parece una situación irreal. El calor, la canícula abrasante, el incendio de Mijas, al que vi devorar la sierra con mis propios ojos, el tremolar de la luz del sol tamizada por las columnas de humo, las briznas carbonizadas amerizando en las playas de Marbella. La temperatura que asciende y asciende, las olas de calor sucesivas convertidas en tsunami, el meme viral que reza “este es el verano más frío del resto de nuestra vida”.
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Sé que declararse veranófobo en una ciudad como Marbella, que debe gran parte de su movimiento económico a la estación estival, esos cuatro meses de alta temporada en la que los pequeños empresarios apuntalan los ingresos anuales para mantenerse firmes el resto del año, como digo, declararse veranófobo quizá no sea lo más popular, pero es cierto que nuestra ciudad a punto está de estallar por sus costuras ante los grandes déficits que muestra durante todo el año y que es ahora, en este tiempo, cuando se hacen más visibles y más los padecemos sus vecinos y vecinas.
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Hay un momento, al atardecer casi siempre, cuando las brumas de la calima veraniega y el calor se van disipando en que me retrepo a una mecedora que tenemos en la terraza, me planto los auriculares en los oídos y subo el volumen de alguna de mis listas de Spotify para lograr conectarme de nuevo con el mundo.
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