Son las doce de la noche del tercer día de confinamiento. Daniela duerme con placidez, solo agitada por sus sueños intermitentes. Antonia y yo estamos sentados en el sofá de la sala. Hacemos que vemos la tele, simulamos que leemos, fingimos que nos comunicamos con el móvil. Me giro hacia ella y le digo por novena o décima vez estos días: - Tengo la sensación de que esto no está pasando. Ella sonríe y asiente y ratifica mi sensación que es también la suya, la de tanta gente. Esto no está pasando.
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La Organización Mundial de la Salud define como infodemia el exceso de informaciones no relevantes relacionadas con el coronavirus y las consecuencias nefastas de alarmismo y pánico que estas informaciones provocan en la sociedad.
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Daniela se inventa palabras. Palabras precisas, concretas, definitorias, esclarecedoras. Es el poder que otorga la libertad sin límite, la que le regala la imaginación, la que le ofrece un pensamiento sin las barreras adocenadas de la corrección social o política o ideológica.
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VAMOS A MORIR. El otro día, escribimos esta frase en la pizarra. En letras grandes, en mayúsculas. VAMOS A MORIR. El público al que iba dirigida tenía entre 9 y 15 años. No era un público inocente, eran los alumnos y alumnas del Taller de Jóvenes Reporteros que mi socio, compañero, amigo, Miguel Díaz y un servidor impartimos para la Asociación de Altas Capacidades. VAMOS A MORIR. No hizo falta adelantarles sobre la cuestión, todos ellos y ellas sabían perfectamente que el tema a tratar iba a ser el coronavirus.
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Más allá de lo que los incrédulos propugnan a voz en cuello, aquellos y aquellas que lo maldicen como un invento surgido de las pérfidas mentes del Club Bilderberg, o de las entrañas mismas de El Corte Inglés, más allá de los escépticos, los cínicos, los sarcásticos, descreídos, el amor es lo que mueve el mundo, así lo vaticinaba Kirmen Uribe en su novela del mismo título, “Lo que mueve el mundo” y un servidor es ferviente defensor de esta teoría que ha vivido desde la adolescencia en carne propia como un animal tibio y agazapado.
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Los descreídos, agonías, salvapatrias de barra de bar, agoreros y demás mercachifles de la derrota son incapaces de enlodazar con su pesimismo antropológico las iniciativas respaldadas por una mayoría.
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Hace años que no sé si sigo siendo periodista o no, mejor aún, me cuestiono de manera permanente con la pregunta ¿qué es, qué significa ser periodista?
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Hay un hálito vocacional que envuelve a determinadas profesiones que hacen de ellas, de las personas que las desempeñan, algo más que un instrumento laboral, que inciden en su entorno de manera trascendental y que son capaces de transformar vidas.
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FITUR resulta siempre más una feria destinada al autobombo y la autocomplacencia que a la exposición real de los potenciales turísticos de un destino, más a venderse a un consumidor interno, la ciudadanía, la clase política, el tejido empresarial que a volcar su interés en el consumidor externo, el turista, el visitante, en la prospección de nuevos nichos de mercado.
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La batalla contra la ultramontano, lo montaraz que se retrepa hacia la yugular de la democracia, ha de ser un gesto de militancia diaria, de esa militancia de mesa camilla y brasero, alrededor de los cuales el mundo parece arreglarse con mejor compostura, con más mayor naturalidad.
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