El lado bueno

05/04/2016
Me comentaba en una ocasión el historiador Francisco Javier Moreno que yo era un optimista incorregible y creo que no le faltaba razón. Espero al menos que me lo dijera desde el cariño. Hace poco leía el titular de una noticia sobre uno de esos estudios científicos que afirmaba que los optimistas vivimos más. No me importa creérmelo, seguro que me ayuda a conseguirlo.  

No sé si viviremos más, me imagino que al menos lo lograremos en mejores condiciones solo por el mero hecho de ver siempre la mejor cara de lo que nos sucede alrededor o de quedarnos con el lado bueno de las personas.

Los que somos optimistas poseemos otra actitud para afrontar la vida y sus adversidades o para encarar los proyectos. La vida nos va enseñando a plantear los retos sin la ingenuidad que los puede volver poco realistas, de manera que acometas proyectos realizables. Si el éxito no llega finalmente, nos lo tomamos como una oportunidad para aprender de la experiencia del fracaso.

Tenemos suficiente información para conocer las dos caras del hombre: su capacidad para hacer el bien y el mal. Preferimos la parte positiva, nuestro lado más humano, con lo que somos capaces de hacer a nivel individual o colectivo cuando nos arropamos de un verdadero espíritu colaborativo.

Siempre recuerdo una noticia que me emocionó sobre la triple catástrofe que barrió la costa este de Japón en 2011: un terremoto, seguido de un tsunami y de un accidente nuclear. Tras la tarea de reconstrucción la gente había encontrado un cantidad importante de dinero —un total de 54,6 millones de euros al cambio— que fue entregada a las autoridades y que demostró la ética del pueblo nipón. Estas noticias son las que me reconcilian con el género humano. Las personas, como las sociedades, tenemos nuestros claroscuros pero es preferible quedarnos con lo mejor de cada una.

No es casualidad que el nombre de este blog donde tengo la suerte de poder expresarme, se llame Ventana a la utopía. Los que ostentamos una cierta responsabilidad pública, como es mi caso tanto en la faceta del plan estratégico como en la asociación que represento, tenemos la obligación de ser optimistas para transformar la realidad.

Mal iríamos si estuviéramos al frente de un proyecto y no nos lo creyéramos. Lo que si debemos manejar son los techos de las utopías Como diría Giovanni Papini, soy un utopista, pero no un loco.

Martin Seligman, uno de los principales psicólogos expertos en el estudio de las diferencias entre optimistas y pesimistas, afirma que el primero se hace y se sabe responsable de aquello que le sucede. Y es que como dice este profesor de la Universidad de Pensilvania, entre las emociones que confluyen en un optimista se incluyen el coraje, la pasión, la confianza, el entusiasmo, la esperanza o el ver los errores como formas de crecer.

Si estás al frente de un proyecto como es el plan estratégico de Marbella que plantea asentar un modelo de ciudad, una obligación mínima es esa: entusiasmar y generar la esperanza de que Marbella puede ser lo que soñemos y este plan genera una ciudad que nos gusta a todos, lo que algunos describen como utópica. Algo que para mí es muy positivo porque ya sabemos cuál es nuestro sueño colectivo. Ahora tenemos que luchar todos para materializarlo.

No olvidemos que todas las conquistas humanas han sido fruto de la voluntad decidida de unos pocos. Nada cambia si no hay alguien que empuja, que tiene un sueño o una utopía de que otra realidad es posible. El humano tiende por comodidad a un status quo, prefiere lo malo conocido que lo bueno por conocer pero tú ¿de qué lado quieres estar?
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