La espiral histórica

16/11/2016
Donald Trump, presidente número cuarenta y cinco de los Estados Unidos. Ha sido la noticia de esta semana pasada y el objeto de la mayoría de los artículos en medios de prensa del mundo entero. No voy a ser original, tampoco lo pretendo. No obstante lo que ocurre allí, en este mundo globalizado donde vivimos, no nos es ajeno aquí. 

En mi columna virtual he preferido ceñirme, en la medida de lo posible, a lo local por una cuestión práctica de delimitación de mi espacio de debate. Por propia decisión me salto deliberadamente mi autoimposición con alevosía y algo de nocturnidad. Anochece en Marbella, en un tarde más fría de lo normal de este ya usual veroño.

Si las estaciones parecen desquiciadas no digamos el tiempo político. Para los estadounidenses esta disrupción de lo establecido es relativamente nueva. Para los españoles es un síntoma más de que vivimos tiempos convulsos donde el malestar ciudadano y la crisis del sistema nos enseñan que el sentido común es ahora menos común de lo habitual.

Un gran número de los ciudadanos de este país depositó su confianza en un partido político con el mayor número de casos de corrupción que un país puede soportar; confianza que fue aumentando hasta unas segundas elecciones junto a la descomposición de su eterno rival y el triunfo final de un nuevo gobierno del PP. Mientras la otra parte de la ciudadanía esperó una coalición de izquierdas y un gobierno de cambio, sin mucha esperanza en un acuerdo imposible.

Me comentaba una profesional del mundo de la administración pública que estaba algo desanimada porque veía un mundo en regresión. No es un comentario aislado; hay varias generaciones que han visto como su calidad de vida y sus expectativas han empeorado. Analizando, como el neoliberalismo ha socavado el estado del bienestar gracias a la doctrina del shock, como explicaba muy bien Naomi Klein en el programa de Salvados hace una semana, la extrema derecha va tomando fuerza en una Europa cada vez más debilitada, aprovechándose de la insatisfacción ciudadana como Donald Trump en Estados Unidos, parecería que verdaderamente nos encontramos en un franco retroceso social y cultural. Y si caben algunas dudas, la televisión nos sacará de ellas.

Partidos populistas de derecha e izquierda que se nutren del descontento ciudadano, con campañas donde capitalizan como propios la desesperanza y la indignación general ante una clase dirigente que ya no les representa, endulzando los oídos de sus votantes con lo que les gusta escuchar u ofreciendo respuestas fáciles a problemas complejos. Populismos que cuando llegan al poder no les queda más remedio que enfrentarse a la moderación que la realidad y el presupuesto imponen.

A tenor de lo expuesto y siendo el nombre de mi columna «Ventana a la utopía» cabría esperar que lance un mensaje esperanzador. No os preocupéis soy un optimista incorregible y como afirmaba la activista Naomi Klein si no tuviera esperanza de que el mundo se puede arreglar me retiraría dándole espacio a los que sí lo creen. Necesitamos de la ilusión para que la humanidad siga evolucionando de forma positiva aunque demos pasos para atrás o el planeta dé signos de agotamiento.

Se suele decir que la historia es cíclica y que se repite continuamente. Si tuviéramos la perspectiva temporal suficiente la historia de la humanidad de forma gráfica sería más bien una especie de espiral que vista desde arriba no ofrece cambios aparentes pero que si la pudiéramos visualizar de forma lateral sería una espiral que poco a poco va elevándose, eso sí repitiendo procesos.

Si uno estudia la historia mundial podemos observar el auge y declive de numerosos imperios y civilizaciones. El transcurso de la humanidad ha discurrido por continuos periodos de esplendor y oscuridad. De forma sincrónica sistemas políticos democráticos ejemplares han coincidido con otros regímenes macabros. Algo que el ser humano no puede soportar, perder la estabilidad; a la que todos anhelamos. Pensar que todo lo bueno no va a cambiar y va a permanecer siempre de la misma manera es algo falaz, más relacionado con nuestra propia psicología humana.

Aunque la humanidad se estanque o retroceda moral y culturalmente como puede suponer la victoria de un tipo como Trump —aquí casi perecimos con Gil y sobrevivimos— en muchos aspectos hoy el mundo es un lugar mucho mejor. A lo largo del siglo XX la humanidad dio un salto cuántico gracias a la investigación científica que ha permitido una revolución científico-técnica que ha transformado la calidad de vida de millones de seres humanos. Solo hay que comparar la esperanza de vida de hoy con la que había hace dos siglos. Desgraciadamente la experiencia de vida la condiciona el lugar dónde nazcas.

No parece que vengan los mejores tiempos, para el mundo occidental al menos, pero como dice el refranero español «al mal tiempo buen cara». Aportemos lo mejor de nosotros mismos; ofrezcamos nuestra mejor actitud para encarar los que serán tiempos más oscuros de los acostumbrados. Hoy más que nunca es necesario que participemos activamente en la construcción de nuestra sociedad, ya sea a título individual o de forma colectiva. Estoy convencido que el empoderamiento de la sociedad civil y una mayor toma de conciencia como seres sociales son la clave para que la humanidad suba un nuevo peldaño en su evolución.
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