Servicios públicos

08/10/2012
Observo atento e incrédulo una noticia en televisión a la que no doy crédito: Los aseos de los bares y restaurantes de Barcelona ya no serán de uso exclusivo para clientes. Podrán ser utilizados por cualquier viandante, incluso aunque no consuma nada en el establecimiento. Esta la propuesta de la nueva ordenanza de terrazas de la ciudad.

Como no podía ser de otra forma, el gremio hostelero está que trina, y alegan que sigue siendo una zona dentro de un local privado y que el aumento del uso hará que tengan que estar más pendientes de que los aseos mantengan la higiene, al igual que prevén más gastos, como el derivado del consumo del agua. Pero lo más absurdo es que parece ser que las multas por no permitir el acceso podrían llegar hasta los 3.000 euros.
 
El desatinado hecho, como he comentado, tendrá lugar en la Ciudad Condal. Espero que por estas latitudes no copien la idea, o más bien la sinrazón, y a las autoridades no se les ocurra siquiera pensar en imponer parecida medida. ¿Cómo pueden obligar a tener que permitir el acceso a un aseo de un establecimiento hostelero por el mero hecho de poseer una terraza? ¿Qué tendrá que ver el tocino con la velocidad? ¿De qué forma van a compensar el aumento de gasto en electricidad, agua y mantenimiento de la higiene en los aseos?
 
A tal respecto, me vienen a la memoria (no por haberlo vivido pero por haberlo escuchado), la habitual existencia de aseos públicos en diferentes ciudades del país. Por ejemplo, en una urbe como Bilbao existían baños de acceso libre en la Plaza Nueva, en la Gran Vía y en la Playa Moyúa. Pero en nuestra Marbella aún perviven los históricos lavabos del Paseo de la Alameda, bajo el templete que antes era utilizado por la banda de música y que en los últimos años sirve de todo menos para conciertos musicales (que suele ser el habitual uso de los templetes…). Allí, junto a la Travesía de Carlos Mackintosh, se recibe la visita de muchas personas a lo largo del día, aunque personalmente nunca he tenido el gusto de visitarlos. No soy demasiado partidario de los “urinarios” públicos, pero entiendo que son necesarios para determinadas urgencias, al igual que en eventos como ferias y fiestas populares. Eso, mejor que en paredes y esquinas.
 
Pero que no me gusten no quiere decir que sea contrario a su existencia. Es más, lo que no puede un gobierno local (como el barcelonés, en este caso) es quitarse el muerto de encima, y echárselo (literalmente hablando) a los empresarios hosteleros, como si éstos, además de soportar el cada día más alto coste de mantener un negocio, tuvieran que aguantar el pipí (y el popó) de los transeúntes que, encima, no sean capaces de tomarse siquiera un café… Y que además multen a quienes no permitan las necesidades de forma gratuita, ya es “demasié”.
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