La verdad de lo que son las cosas

10/03/2018
Queridos lectores. Me despido de vosotros con este artículo; y lo hago volviendo al punto de partida, a la fuente inspiradora de mi deseo de escribir, el pensamiento que me cautivó nada más oírlo en boca de un personaje tan auténtico como poco valorado, el expresidente de Uruguay, José Mújica, convirtiéndose en el faro inspirador de mis ideas y de mis actos: “La honradez intelectual”, o lo que es lo mismo “la verdad de lo que las cosas son”.  

Siento que ha llegado el momento de compartir con vosotros “mi verdad”, construida sobre profundas convicciones que son a su vez el resultado de unas vivencias personalísimas; por ello, y porque lo hago con un ánimo constructivo, no pediré disculpas. Ser creativo no es más que intentar que hoy sea mejor que mañana, y por eso escribo estas líneas.

Por más vueltas que queramos darle, la vida es el bien más preciado que tenemos, y por supuesto, la familia y los amigos que hacen que sea más placentera; todo lo demás es accesorio, porque al final de nuestra existencia no hay ninguna meta que distinga a los vencedores de los vencidos. Lo esencial, lo que perdura, son las vivencias y lo mucho o poco que las disfrutemos, porque no hay una segunda oportunidad de volver a hacerlo.

En este momento de mi vida, a punto de cumplir los cincuenta años, comprendo cada vez más el significado de la novela de Miguel Delibes “La hoja roja”, y me identifico con su personaje hasta el punto de sentir la angustia de que el papel de envoltura que saque sea el último (quienes hayan leído esta magnífica sabrán a qué me refiero a que me refiero, y aquéllos que no lo hayan hecho no deberían perder la oportunidad de hacerlo); confieso que he recorrido este trayecto sin la claridad y valentía necesarios para sentirme pleno, por más que desde el 17 de octubre de 1997 tenga a mi lado mejor compañera de viaje posible; pero desde hoy mismo hago solemne promesa de disfrutar y que cada paso que dé tenga sentido, y lo hago ante vosotros lectores.

Los seres humanos somos egoístas por naturaleza, anteponemos nuestra bonanza al bien común, incluso cuando tenemos más de lo que podemos consumir y nuestro prójimo no tiene ni para vestir nuestras vergüenzas. Hemos desarrollado una apatía e indiferencia hacia lo ajeno inmoral y preocupante, como si estuviésemos a salvo del futuro. Hemos nacido para ser gobernados, y por eso no somos nadie sin los semáforos, las normas, los jueces, los presidentes de comunidad, los policías, los barrenderos, las papeleras, y un sinfín más de elementos y figuras que componen un entramado costoso y previsible, de cuya organización y mantenimiento se encargan los políticos.

La política, ese concepto tan denostado por quienes se encargan de ejercerla, ya lo he dicho en otras ocasiones, debería ser la máxima aspiración de cada uno de los hombres y mujeres que componemos la sociedad desde su unidad celular más básica, la familia. Lo comprendí al leer a Teresa de Calcuta: “No tenemos en nuestras manos la solución al os problemas del Mundo, pero ante los problemas del mundo tenemos nuestras manos”; “Si cada uno barriéramos la puerta de nuestra casa el mundo estaría limpio”.

Seamos solidarios y demos lo mejor de nosotros en cada acción diaria y en el desarrollo de nuestras, pensando en la consecución del bien común, al margen de cuestiones ideológicas. Desterremos de una vez por todas, aquellos egoísmos que nos envilecen, modelos de pensamiento tales como “y tú más”; seamos capaces de reconocer el error propio y premiar el acierto ajeno.

La sanidad, la educación, el bienestar social, la igualdad, deben ser puntos de encuentro y unión para trabajar hombro con hombro. La falta de capacidad de nuestros dirigentes políticos para lograrlo, deberías llevarle a realizar una profunda y honesta reflexión acerca de las causas para que esto sea así. Mi opinión es que sus actuaciones no son innovadoras ni creativas, ni están pensadas para lograr que hoy sea mejor que ayer, y me remito a la realidad local que nos rodea: seguimos con las mismas infraestructuras en materia sanitaria, educativa, cultural y deportiva; estoy tristemente convencido que quienes ejercen el “arte de la política”, entendida esta como la responsabilidad de tomar aquellas decisiones que nos hagan prosperar, ejercen y gestionan cuotas de poder y que gobiernan para mantener dichas cuotas mediante la obtención de los votos necesarios para ello, más allá de que eso sea mejor o no para los destinatarios de esas decisiones. Por ejemplo: ¿quién es mejor progenitor?, ¿aquél que educa a su hijo en la complacencia de concederle todo lo que éste quiere y no obligarle a lo que debe, o aquel otro que lo hace en la disciplina de aquellos hábitos que son lo mejor para su educación y salud?.

Recientemente hemos asistido a un cambio de gobierno local fruto de un pacto de censura auspiciado por dos fuerzas políticas, cuyos integrantes no hace mucho protagonizaron episodios públicos en el Pleno que difícilmente hacían pensar que pudieran ponerse de acuerdo para tomar las riendas de nuestra ciudad; mucho se ha dicho y se ha escrito sobre este asunto, en la mayoría de las ocasiones bajo mi punto de vista, con cierto revanchismo y poca honestidad. Por lo que a mí respecta, mi análisis como ciudadano es que hemos asistido a un claro ejemplo de falta de responsabilidad por quienes han protagonizado este episodio de nuestra más reciente historia local, pues creo que nuestra ciudad demandaba otra solución, claro está, que hubiese requerido anteponer el bien común a la gestión de las cuotas de poder.

Nuestros dirigentes políticos han perdido una magnífica oportunidad de dar ejemplo y con la “diligencia de un buen padre/madre de familia”, o dicho de otro modo como el progenitor que obliga a su hijo a comerse la verdura en el convencimiento de que es lo mejor de su salud; en lugar de eso, una vez más, han preferido llevarnos al McDonald´s. Sin embargo, aún es más grave que nosotros los ciudadanos somos cómplices de ello, sometiéndonos y tolerándolo como pago a nuestras muchas servidumbres, porque también anteponemos “lo nuestro” al bien común.

¿Cómo podemos acomodarnos a situaciones que en sí mismas son inmorales, ilegales y contrarias a las más mínimas normas de convivencia, entendido esta como aceptación de la autoridad pública a cambio del imperito de la ley? Es decir, aceptamos perder cuotas de libertad y nos sometemos a unas reglas de juego, en la esperanza de que estas sean aceptadas y cumplidas por todos, y sobre todo, por quienes deben velar por su cumplimiento. Por ejemplo, a diario caminamos y pasamos por la Delegación de Urbanismo, incluso acudimos a ella para demandar servicios en orden a la obtención de licencias u otras gestiones relacionadas con la legalidad urbanística de nuestra ciudad; seguro que se ha dado el caso que algún ciudadano/a haya solicitada una licencia y se le haya denegado por no cumplir con los requisitos que la ley marca para ello. ¿Cómo? ¿Pero esta Delegación no está ubicada en un edifico construido fuera de ordenación urbana, por el cual se ha seguido un procedimiento penal en el que personas han sido condenados con penas privativas de libertad y responsabilidades civiles. ¿Para qué ha servido esta condena? ¿Qué ejemplo estamos dando a los ciudadanos, y en particular, a los seres queridos y familiares de quienes han sufrido el rigor de la justicia?

Llegados a este punto de la lectura, seguro que os estaréis preguntando, ¿qué clase de arrebato padezco para este desahogo que sin duda levantará llagas? Pues supongo que habré llegado al mismo punto de que Michael Douglas en la película “Un día de furia”, con la única diferencia que yo no me siento atrapado, que aún me queda una salida, aquella que me lleva a intentar hacer la revolución de la que la única forma que sé, intentando cada día dar lo mejor de mí en cada insignificante acción que haga y en cada decisión que tome, reconociendo y aprendiendo de mis errores para no volverlos a cometer, no buscar la complacencia en la mediocridad que me rodea, sino combatirla y cambiarla, no siendo un eslabón en la cadena.

Termino este artículo con una cita inspiradora de Vince Lombardi (mítico entrenador de fútbol americano): “Creo firmemente que el instante más sublime de un hombre, la consumación de su mayor anhelo, es el momento en que entregado su corazón a una buena causa y yace en el campo de batalla victorioso”. ¡Voy a ello!.

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