Una asignatura que nos hable de todo esto

15/01/2020
La batalla contra la ultramontano, lo montaraz que se retrepa hacia la yugular de la democracia, ha de ser un gesto de militancia diaria, de esa militancia de mesa camilla y brasero, alrededor de los cuales el mundo parece arreglarse con mejor compostura, con más mayor naturalidad.  

Por eso, en estos tiempos en los que la caterva cavernaria, que ha permanecido silenciosa bajo las alas de otros, resurge vocinglera como si fuera la única verdad posible, la batalla de la pedagogía es más necesaria que nunca. Y digo de la pedagogía y no del proselitismo, porque si así fuera caeríamos en la misma trampa que nos tienden las huestes acaudilladas.

Estos últimos días mi sobrino Salim, Marbella, 13 años, me preguntaba mientras comíamos acerca de la política, la filosofía y de la vida. Esos tres temas que se entrelazan, se entrecruzan sobre sí mismos para ser una misma y sola cosa. En sus corrillos de instituto escuchan máximas, citas repetidas como papagayos y oídas en otros lares, mayormente descontextualizadas, categóricas en muchos casos y resueltamente definitivas en otros, sin que detrás de las mismas haya argumento alguno, solo un titular lanzado en forma de exabrupto. Palabras cazadas al vuelo, pero que ayudan a bosquejar un mapa del pensamiento adolescente, o al menos de lo que les llega y de cómo les llegan según qué determinadas cosas. Una suerte de clichés repetidos una y mil veces, que se retroalimentan y crecen en su interior muchas veces malformados.

Y allí, con un café por delante, le explicaba por qué soy de izquierdas, por qué me considero una persona de pensamiento progresista, por qué defiendo un modelo determinado de gobernar y con esta explicación también parte de la historia de mi familia, de su lucha por la libertad, por la igualdad, por la justicia social y por la democracia. No le oculté en ningún momento que esta es solo mi forma de entender el mundo, de compartir la vida, la mía, y que resulta imprescindible siempre escuchar a los demás, comparar ideas, contrastar opiniones, fundamentar hechos y argumentar los axiomas que se pronuncian a voz en cuello.

Me miraba como miran los adolescentes, con esos ojos grandes, con esa mirada grande, con esa sensación siempre enigmática de no saber el interlocutor hasta dónde están llegando sus palabras, si a lo más hondo o a la superficie, si algo está calando o cayendo muellemente sobre el olvido inmediato.

Tras un rato, allí, con esa mirada, me dice:

- Tito, necesitamos una asignatura que nos hable de todo esto.

Y sonrío, porque fomentar el pensamiento crítico es el primer paso para combatir el pensamiento irracional y excluyente que todo parece impregnarlo ahora, como un lodo denso que engulle las palabras, las ideas, los pensamientos, y solo deja paso al eslogan gritado mejor cuanto más alto.

La batalla de la pedagogía es más necesaria que nunca.
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