Tantas Málagas en Málaga

09/05/2025
Esta semana, requerimientos laborales me trasladaron hasta el municipio de Alameda, situado al norte de la comarca de Antequera. Preñado su horizonte de olivos y colinas serpenteantes, campos que se cimbreaban con el rumor de la brisa de mayo. 

Desde Marbella, epicentro de la Costa del Sol, azul y blanca y rotunda, corazón del turismo de sol y playa, para ir hasta Alameda uno tiene dos opciones, asumir el tráfago del tráfico de la costa o discurrir hacia el norte en un trayecto algo más largo, pero, sin duda más plácido. Siempre elijo este último.

En apenas una hora y veinte minutos de trayecto, el viajero puede transitar fácilmente por cuatro comarcas malagueñas. Cuatro comarcas con sus particularidades, sus colores y sus paisajes, tan diferentes entre sí, una muestra de lo enriquecedora que es nuestra provincia y de lo poco conocida que es en su extensión.

Se deja la Costa del Sol atrás, para otear el caserío de Ojén acantonado sobre la ladera de un cerro. Un puñado de casa blancas apretadas, puerta natural al Parque Nacional de Sierra de las Nieves. Y se adentra uno en Los Llanos de Puzla, una umbría vereda entre pinos, paraíso de sombras en el verano agostado.

Luego vendrá Monda, coronada por su castillo transformado en hotel y con los picos anexos al Torrecilla marcando su horizonte. Una vez dejada atrás, camino de Coín, el paisaje comienza a transformarse. Capital de la huerta del Guadalhorce, los frutales y los cítricos marcan los campos entre Pizarra y Álora.

El paso entre el Guadalhorce y la comarca del Guadalteba es un roquerío de peñascos asomados y curvas. Hasta llegar a Carratraca, donde se comienza a descender y se contempla Ardales en su plenitud.

Los campos de frutales se transforman en un océano de ocres, verdes y amarillos, que suben y bajan las colinas. Así hasta que se contempla el castillo de Teba al fondo, presidiendo el que fuera un continuo campo de batalla en la época de la mal llamada Reconquista. Llegamos a Campillos y a sus lagunas, rebosantes de agua tras las últimas lluvias y en las que pude contemplar algunos flamencos.

Desde Campillos hasta Alameda, cruzando parte de la vega antequerana el paisaje se transforma en olivares de tierra bermeja, roja, ocre oscura. No es raro cruzarse con algún conejo en la carretera e incluso se advierte de la presencia de linces y de jabalíes. Olivos que se adaptan a las curvaturas del terrero.

Conduzco despacio, con las ventanillas bajadas, dejando que los perfumes me invadan, que mi mirada se pierda entre los colores. Tengo la tentación de parar a cada instante y fotografiar el entorno.

Hay tantas Málagas en Málaga.
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