Otoñófilo

25/09/2019
Todo buen veranófobo tiene detrás un gran otoñófilo. Esta aseveración quizá no se ajuste a la visión más científica y academicista, pero, el hecho probado tras al menos tres décadas de experiencia personal así lo constata.  

La caída del coloso estival, el desvaído progresivo del verano, esa languidez con la que se agosta el estío, da paso a una época trufada de melancolías, de tinturas ocres sobre el horizonte y las montañas (el Valle del Genal y la Selva de Irati hermanados por los cobrizos jirones de otoño), de cierto y progresivo recogimiento, incluso en estas latitudes de veranos suaves y dúctiles, que no obligan a domeñar la naturaleza, a embridarla para subsistir, de la aparición de los cocidos, pucheros, sopas y caldos en los fogones, de retomar las rutinas tras los excesos veraniegos.

Los manuales de columnas periodísticas indican que ahora convendría relatar una serie de ítems culturales relacionados con la estación que acontece y buscar canciones que refieran a hojas caducas que caen o libros o cuadros o películas y apuntar aquí dos o tres títulos con los que regocijarnos los próximos meses. Pero mis anhelos de frescor y umbría parece van a tardar, porque la Agencia Estatal de Meteorología anuncia un otoño más seco y más caluroso para este 2019.

Así que no puedo más que rememorar los ecos de un otoño anterior que es la sublimación de tantos otros y que como buen otoñófilo guardo en mi memoria precisa

Escena Uno: Playa de El Pinillo, la noche anterior había llovido, la arena permanece ligeramente húmeda y la madera de la senda litoral rezuma rocío. Hay dos mesas entre los eucaliptos que sobrevivieron a la tala y los restos del antiguo camping nos contemplan como restos de una realidad distópica. Hemos puesto una toalla sobre la bancada y contemplamos el puzzle de conchas y caracolas que un visitante anterior ha dibujado sobre una de las mesas. Daniela corre por la arena hacia el mar, gris y calmado. Antonia mira hacia El Cable. Un barco de artes menores se desliza muellemente sobre el agua. Me levanto, me acerco a la orilla, cojo una piedra blanca en una mano y la lanzo viendo cómo rebota una, dos, tres, cuatro veces antes de hundirse. Desde aquí, desde mi casa / Veo la playa vacía / Ya lo estaba, hace unos días / Ahora, está llena de lluvia.

Escena Dos: Atardece. Antonia y yo apoyamos la espalda en la pared templada del depósito de agua del Chifle en Ojén. Ella se sube la rebeca hacia el cuello. Miramos el hacia el mar desde esta atalaya privilegiada. Ha soplado una ligera brisa de poniente todo el día y el aire ha despejado de brumas el horizonte para ofrecerlo inmaculado a la puesta de sol. Todo naranjas oscuros y morados y rosas pálidos y rojos de sangre juegan ese juego de auroras cotidianas. Vemos los barcos que van y viene de y hacia el Estrecho, apenas unas luces que se mecen. Y algo más allá, perfectamente, nítidamente, dibujado, África, ese continente imponente. Vemos un destello o dos de los lejanos faros de las costas marroquíes. Continuamos allí una hora o dos, sin apenas hablarnos. De tanto en tanto ella me coge la mano.

Y con estas escenas en mi mente, mi memoria, me retrepo a la llegada del otoño como a una tabla de salvación ante la combustión veraniega y espero la llegada de las brisas más frescas para encontrar mi lugar en el mundo en estos días, semanas, meses, como buen veranófobo, mejor otoñófilo que soy.

Nota: Desde aquí, desde mi casa / Veo la playa vacía / Ya lo estaba, hace unos días / Ahora, está llena de lluvia, extraídos de la canción “Turnedo” de Iván y Amaro Ferreiro. 
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