Mirada postpandémica

03/06/2020
La calima roza casi con abulia las cimas de los tejados y extiende sobre la ciudad ese manto plúmbeo apenas sofocado por la brisa del mar. Ayer paseé hasta el puerto pesquero, a impregnarme del perfume del salitre. La playa de La Bajadilla trajinada de gentes que se echaban al arenal con fruición, al igual que en El Cable, donde las tribus familiares y los solitarios paseantes se repartían aquí y allá salpicando el horizonte.  

Parece que me he olvidado de las cosas que se hacía en los junios prepandemia. Si todo lo que ahora me parece súbito y espontáneo y novedoso era antes lo habitual, lo lógico, lo natural para estas fechas. No lo recuerdo, por eso, la mirada en el paseo de ayer era precisamente nueva para todo. Una mirada postpandémica.

Desconozco el efecto que esta mirada provoca en los demás pero a mí me está llevando a determinados planteamientos filosóficos acerca de nuestro lugar en el mundo, la vida, y aquello que hacemos para disfrutarla o malgastarla o exprimirla. Y padezco en mi interior una lucha entre el deseo soñado y la realidad impuesta.

En el deseo soñado está continuar disfrutando cerca, junto, próximo, de las pequeñas cosas, de los placeres mínimos que la cotidianidad te ofrece sin complejo de culpabilidad. Sentarse a asolearse en la terraza, leer con fruición, escuchar música con Daniela compartiendo cascos, contactar con las personas alejadas en el tiempo y en el espacio como si fuera ayer, reconectar con determinadas sensaciones, hacer pan, sí, “Tú también, hijo mío”, hacer pan, sin que el imperativo de una urgencia nos parta ese fragmento de vida en dos.

En la realidad impuesta, el desconfinamiento gradual trae ciertas exigencias prepandémicas que tienen que ver con lo urgente y lo importante y en qué lugar se sitúa cada uno de ellos. La reclusión los había encasillado a la perfección, pero al agitarse el tablero, se vuelven de nuevo conceptos porosos, transpirables, irregulares, comunicantes y comienzan a confundirse entre sí.

Quizá en mi deseo último resida que la mirada postpandémica sea una de esas miradas largas, capaces de otear más allá de lo evidente y situar el foco de atención en un futuro a medio y largo plazo donde todo, como ahora, nos parezca nuevo, por estrenar.

Sentir el tacto de la madera de la senda litoral a la altura de El Pinillo cuando apenas ha salido el sol, la humedad de la rociá nocturna aún penduleando de las hojas y de las flores como una cuenta de cristal, el arrullo de las olas al desbordar la orilla y el roquerío que canta a su recogida, contemplar la silueta de la torre de El Cable recortada sobre el horizonte y establecer, una vez, más los lazos que esa estampa une con mi tierra… Esa mirada.
 
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