Marbellas

24/04/2019
Y una vez que la lluvia se llevó el perfume de inciensos y dio portazo a ese impasse que genera la Semana Santa quedó la ciudad retratada en sí misma. Una ciudad repleta de contradicciones, sólida y superficial a un tiempo, que ofrece lo mejor y lo peor de un destino turístico y que en estos días de asueto muestra su cara de belleza árabe y tardorromana y el despropósito de un urbanismo que ha canibalizado parte de su esencia.

La ciudadanía y los próceres que elijamos en mayo como nuestro espejo democrático, y cuyas caras ya conocemos en su totalidad desde ayer, habrán de lidiar con esta dicotomía irresoluble de la ciudad que habita y la ciudad que transita, de los residentes y de los turistas, ofrecer soluciones a los que en ella vivimos en los inviernos templados y a los que se agostan en sus playas en el estío. Un alambre de equilibrios sobre el que resulta complejo caminar.

Marbella, ciudad poliédrica, de mil aristas y mil caras que se autodefine como polo turístico y con esta afirmación, parece querer hacer tabula rasa, reinventarse una temporada tras otra, cambiar todo para que nada cambie que diría Lampedusa, y cercenar así las certezas del pasado y las posibilidades del futuro.

Porque en la falta de solución a esa dicotomía reside la génesis de este poliedro marbellí, que a veces parece abocado a la implosión, otras ocasiones a la desertización por hastío y otras al estrellato internacional.

Gestionar esta deriva es tarea de nuestros próximos gobernantes, pero encauzar el rumbo de nuestra ciudad hacia uno de esos destinos es responsabilidad de los vientos que la ciudadanía propiciemos.

Porque no debemos olvidar que nuestra ciudad es reflejo de nuestro pensamiento, nuestro posicionamiento, nuestro lugar y actitud en la vida, de nuestra mirada hacia el otro, hacia la otra, de nuestras querencias y deseos.

Las ciudades nos reflejan, sus virtudes y defectos, sus aristas, poliedros, dicotomías, son lo que la sociedad que las componen es, ni más ni menos. Por eso, porque el gobierno de nuestras ciudades somos nosotros mismos, el empoderamiento ciudadano es tan importante.

Si nos quejamos acodados en la barra de un bar, tendremos una ciudad que se queja y no actúa, si nos posicionamos junto a los más vulnerables, tendremos una ciudad solidaria y de justicia social, si optamos por abanderar el urbanismo antropófago, tendremos como resultado una ciudad canibalizada por el ladrillo, si respetamos y promovemos la cultura del pasado, tendremos una ciudad cuidadosa con su patrimonio, y así con todos y cada uno de nuestros posicionamientos de esta ciudad poliédrica.

Y una vez que la lluvia se llevó el perfume de inciensos y dio portazo a ese impasse que genera la Semana Santa quedó la ciudad retratada en sí misma, a la espera de que la ciudadanía perfile, dibuje, escriba su propio futuro. 
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