Los libros y la vida

22/04/2020
Era 23 de enero de 1996. Tras terminar de leer “El jinete polaco” de Antonio Muñoz Molina, apunte la fecha, el título y el autor en una pequeña libreta roja de marca Tauro que tenía olvidada en la mesa de mi habitación de estudiante de periodismo. El 28 de enero, cuando finiquité “El general en su laberinto” de García Márquez, busqué aquella libreta roja y, de nuevo, garabateé la fecha, el título y el autor.  

Esta costumbre, sobrevenida desde la casualidad y nunca buscada de manera premeditada, aún me acompaña en 2020, 24 años después. Aquella libreta roja, que aún conservo como un tesoro, terminó de cumplir su función el 11 de diciembre de 2010 con “La quimera del oro de Jack London”, la siguió una nueva libreta, esta vez artesanal y morada, con “Ciudades de la llanura” de Cormac Mc Carthy el 2 de enero de 2011. Es la que hoy me acompaña, y cuya última entrada es la maravillosa “Casas y tumbas” de Bernardo Atxaga.

La relectura de los nombres, los autores y las fechas, me permiten casi dibujar un mapa sentimental, emocional y literario de mi biografía, porque es capaz de delimitar en el tiempo y en el espacio la lectura de este libro o aquel otro, en qué momento vital me encontraba, con quién, dónde, en qué tránsito.

Qué leía cuando Antonia puso la luz en mi vida o cuando nació Daniela, qué libro me acompañaba cuando viaje al norte a despedirme de aitite o de amama, en mi primer viaje a Marbella, en la vuelta y en el regreso años más tarde.

En el repaso de estas libretas me agita la zozobra al recordar un pasaje, un fragmento, una imagen perfilada por aquel autor, una sensación de pesar o de alivio, una electricidad súbita que me eriza la piel.

¿En estas fechas de abril, hace 20 años, qué estaba leyendo? El “America” de James Ellroy, “Un mundo feliz” de Huxley. Puedo situarlos en las estanterías o en los rincones o en el préstamo nunca devuelto.

Tengo mala memoria para las cosas, borro datos y fechas y rostros y nombres con cierto manejo y soltura, sin embargo, estas dos libretas me permiten recomponer esos fragmentos de vida como un puzzle. Intuyo los cambios de humor, el tránsito de novelas más sesudas a más ligeras, los gustos, el regreso a cinco o seis autores que me acompañan siempre, las nuevas incorporaciones, los descubrimientos maravillosos.

Al final de cada año, hago un resumen breve, muy breve, con algunas impresiones lectoras rápidamente paso a la hoja siguiente.

Cuando terminé la primera libreta, que abarcaba 14 años, hice números y los apunté por curiosidad pura. 355 libros en 14 años, 25 libros al año. Serán muchos o pocos en relación a quién, pero el regocijo íntimo que me provoca cada uno de ellos es inmenso, comparable a pocas otras sensaciones.

Mañana jueves, se celebra el Día del Libro.

Será el primer año en muchos en el que mi ama y yo no intercambiaremos ningún título.
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