Despertar ahí

24/03/2021
Eran olas suaves, ondas arboladas, festoneadas de olivos. Verde contra azul. El sol de primavera reinaba en lo alto de la mañana primera. Sierra de las Nieves. Alozaina. 

Muchas veces sueño, pienso. Despertar ahí. En ese entorno rural que convive en armonía con la naturaleza. Una vida sin agenda, sin teléfono móvil, sin wifi. Solo las manos en la tierra y el sol inundando el rostro.

Hay ocasiones en las que uno solo toma conciencia de su trajín diario, de la esclavitud de sus compromisos laborales, sociales, cuando se aleja, cuando físicamente transita más allá del entorno cotidiano, habitual, y desplaza su cuerpo, su pensamiento, sus emociones lejos del círculo de proximidad.

Fue el martes. Tenía una cita laboral en Alozaina, Sierra de las Nieves. Salgo de Marbella, por la carretera de Ojén asciendo, subo, trepo la montaña hacia nuevos horizontes. Decido dejar la autovía e internarme en las curvas que me llevan hasta le municipio ojeneto, diez años fue mi casa, y contemplo su silueta encaramada a la falda del cerro.

Dejo atrás el caserío y me lío y relío en Los Caracolillos para llegar a los Llanos de Puzla. Fragancia de pinos, perfume intenso a sierra, el mar como un olvido a la espalda. Serpenteo. La luz juega entre los árboles. Espejea. Paso el cañón y llego a Monda. Las casas apretadas sobre la vaguada y el castillo Al Mundat regentando en el horizonte. Recorro el requiebro de sus calles y enfilo dirección Guaro. Entretanto, los campos y los campos y los campos. Y los diseminados aquí y allá salpicando de blanco la alfombra verde.

Mi mente comienza a pensar distinto. Diferente. Parece disociarse del quehacer común.

Pienso en esas casas, sueño con despertar ahí. Sin agenda, sin teléfono móvil. Llego al término municipal guareño y las curvas se pronuncian y me hacen subir y bajar y subir. Y contemplo una bandada de aves surcando el cielo azul y la sucesión interminable de olivos y almendros y naranjos que pueblan la tierra. Conduzco un poco más despacio. No tengo cobertura. Apenas han sido un par de kilómetros. Y en el móvil saltan varios avisos.

Continúo el camino y me adentro en Tolox, imponentes el Torrecilla y sus cimas hermanas, definiendo, marcando, pespunteando el horizonte. Recuerdo aquel día, en el nevero de su base, una granizada mundial, recorriendo la Cañada del Cuerno abajo hacia Quejigales. La cima allí. A lo lejos, camino de Ronda y de El Burgo, la Torre de Yunquera. Ya puedo observar, tras un trecho, el pueblo de Alozaina tendido en lo alto de una loma, marcando, como un buque insignia esa partición entre Sierra de las Nieves y Guadalhorce y Costa del Sol. Paro. Me bajo un instante del coche. Saco una foto y pienso.

Despertar ahí.
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