Dejarse anochecer en la playa de La Bajadilla

02/09/2020
Y pude comprobar cómo las sombras se alargaban hasta fundirse con el ocaso, cómo se mimetizaban los cuerpos con el último atardecer, cómo las olas se dejaban caer en el rebalaje con esa parsimonia propia de la noche tibia.  

Daniela, ocho años, apuraba el último resplandor hasta que el agua comenzaba a tornarse un animal oscuro y sinuoso, cómo apuraba la última bocanada de agua salitrosa y luego corría hasta el refugio cálido de la toalla seca, del abrazo de su aita, de su madre. Refulgía su mirada casi febril apurando el día, dando la bienvenida a la noche.

Y allí estábamos sentados en la playa de La Bajadilla, como una tribu única y solitaria, con Nacho y con Javi y con Haizea y con Kirmen y con Miriam, que han dejado los montes para venir al mar y nos han acompañado de manera intermitente en este verano raro, donde todo ha sido lo mismo y todo ha sido diferente.

Aprendí de Antonia, marbellera de la calle Ancha, a apurar la playa hasta sus propios límites, a marcar los territorios del placer estival hasta que la noche invadía nuestro cuerpo y nuestro espíritu, a dejarse llevar por el ritmo de las olas venciéndose en el arenal. Yo, que venía de un norte de toalla al hombro y paseo interminable en el límite del mar con la marea baja, descubrí las esencias de la sandía al rebalaje, de la sombrilla, de la silla, de la conquista de ese territorio propio y único que es la playa al atardecer.

Este verano hemos apurado todo lo que podíamos apurar, con una noche regada de gin tonics incluida y los excesos propios de los amigos queridos a los que hace tiempo que no abrazas. De compartir trabajo y ocio como si no hubiera un mañana, que diría el posmoderno, intentando equilibrar una balanza imposible. De preservar la vida por encima de todas las pandemias y de vivir sin miedo dentro de la prudencia, de la empatía, de la solidaridad.

Llega septiembre preñado de incertidumbres, con una vuelta al cole cogida con alfileres, con el sector turístico y hostelero trufado de temores, con una sociedad un tanto encogida, contracturada, a la espera.

Pero pese a todos los miedos no nos queda otra que apostar por el optimismo, no hay otro camino que creer firmemente que vamos salir de esta situación compleja, porque el pesimista ya tiene el camino hecho y la voluntad comprada y no podemos permitirnos vivir con temor el resto de nuestras vidas.

Aunque sea solo por volver a dejarse anochecer un verano más en la playa de La Bajadilla.
 
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