Como un turista

07/04/2021
Semana Santa de recogimiento. No tanto espiritual como perimetral. La pandemia nos ha obligado a cercar nuestros posibles desplazamientos extramuros. Y este hecho insólito nos ha llevado al descubrimiento o el redescubrimiento, de nuestros alrededores más próximos, más cercanos y, con esto, a su puesta en valor. No hay como ejercer de turista en las patrias chicas para que se revele ante nosotros su verdadero atractivo. 

Ha ocurrido en Málaga, en Marbella, pero también en otros polos que suscitan mi atención y querencias como Bizkaia o Bilbao o Urdaibai. Posar la mirada en lo vernáculo, en lo próximo, suscita renovar nuestro interés por lo más cotidiano, dar relevancia a lo cercano se traduce en amor por la tierra, en una sustanciación del amor propio.

Estos días, las redes sociales son un espejo sociológico de primera magnitud, muchos marbelleros y marbelleras se han echado al monte, a Sierra Blanca, a las sierras de Ojén, a Sierra de las Nieves, y han reposado en sus cresteríos y pistas y sendas y caminos un fragmento de su ser, unos ojos nuevos que, obligados por la circunstancias, les han puesto en la tesitura de apreciar lo que antes solo era una vista empañada por el día a día, por el ralentí de lo cotidiano. Al igual ha ocurrido con los trazados árabes de tantos municipios, de su pasado incombustible, de su herencia imperecedera que llevan tantos pueblos grabado a fuego en su historia, en sus propios nombres.

Y muchos malagueños y malagueñas han descubierto que hay detrás de Genna-Alwacir o de Qasr Bunaira o quién fue Omar Ben Hafsún, o han disfrutado del vértigo del remozado Caminito del Rey, o recorrido las calles de Nerja, como un servidor, mientras silbaba la sintonía inmortal de Verano Azul, o visto, por primera vez un pinsapo, valor esencial del próximo Parque Nacional de Sierra de las Nieves.

Este ejercicio, impelido por el coronavirus y sus restricciones, es una práctica que debería ser obligada. Visitar nuestras ciudades como si fuéramos turistas, como si nada, o poco, conociéramos de ellas. La sorpresa va a ser lo primero que encontremos, el reconocimiento vendrá después, los amores y cariños algo más tarde, con el reposo, y la defensa de lo descubierto será argumento de otros pocos. Pero resulta imprescindible esta transfiguración de ciudadano vernáculo en turista, viajero o viajera para las personas más puristas.

Conocer qué hay detrás de la torre de El Cable, de las minas de Buenavista, de la Casa del Corregidor, de la ermita de Los Monjes, del puerto de La Bajadilla, de las Dunas de Artola, del Cortijo de Miraflores, de la propia Casa Consistorial. Y esto solo en Marbella.

Reconocerlo para reconocernos a nosotros mismos.

 
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