Abrazar en la era pandémica

01/07/2020
Vamos poco a poco agendando en el calendario aquellos hitos afectivos y culturales que nos completan. Y nos encontramos frente a los otros en la tarea cotidiana de quererse y nos mostramos tanto tímidos como expectantes, donde si antes el abrazo y los sonoros besos eran la norma, ahora se impone el rubor previo a no saber cómo actuar, los brazos suspensos en el aire como una caricatura de amores, las mejillas huérfanas en el gesto. Dicen que ahora hablamos más con la mirada, con los ojos, que hemos vuelto más expresivas las cejas, las pestañas, los parpados, que hemos descubierto otros aspectos de la comunicación no verbal que teníamos olvidados como los animales que ya no queremos ser. 

La amabilidad en los espacios públicos parece haberse trocado en huraña, cuando ya no sujetas la puerta del ascensor al vecino que viene cargado de bolsas, o solo puedes vislumbrar un esbozo de sonrisa de la panadera tras la mascarilla y la protección frontal.

Aún con todo, vamos redescubriendo los espacios, os los vamos apropiando de nuevo, y Antonia, Daniela y un servidor ya hemos tachado, rojo sobre negro, un fin de semana en Granada al albur de un concierto, dos días de playa con una rebrote de amistades, o un par de barbacoas nocherniegas con aquellas gentes a las que deseábamos ver, pero somos remisos a abrazar.

Desconozco hasta cuándo se impondrán estas timideces obligadas y que la fortaleza de estos gestos de cariño dependerá de las curvas de la epidemia, de los brotes, de los rebrotes, de los números del horror y del miedo. Toda una incógnita ante nosotros.

Por de pronto, y pese a ser una de las primeras cosas que hice al llegar a la fase preceptiva, visitarles, aún no he abrazado ni besado con profusión y sin temor a mis progenitores. Por supuesto sí les he visitado con asiduidad, comido y celebrado con ellos, disfrutado de las prolongadas sobremesas marca dela casa, pero aún me resisto con denuedo a abrazarles como se merecen. No sé si precaución, temor, higiene, miedo o amor de hijo, aún no lo tengo claro, pero la realidad es esa, aún no les he abrazado.

Más pronto o más tarde agendaremos también estos cariños, estas querencias imprescindibles que nos definen como gregarios y humanos y que nos ponen frente a frente ante la soledad de los afectos.
 
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