A por todas

18/12/2019
Cierto horror vacui se apodera de uno cuando sabe que este es el último artículo del año, más aún, cuando es el último de una década y que a partir de enero, apenas dos semanas de tiempo real y otra vida de salto espacio temporal, todo estará por escribir, por contar, por decir, porque todo será génesis, nacimiento, novedad y el futuro se hará presente y el presente, pasado. 

Es precisamente cuando esta sensación de escribir las últimas cosas se adueña de nosotros e intentamos escribir algo que no somos, que no nos pertenece, más solemne, quizá más pretencioso, más alejado de la sensación íntima que nos hace latir.

Uno fantasea con redactar un texto memorable en el que se digan grandes cosas, se tracen las acertadas líneas por las que discurrirá la década próxima, el curso próximo, el año próximo. Y se pone a ello y los párrafos se deslizan peligrosamente hacia lo pretencioso, hacia lo artificial, hacia lo superfluo, hacia aquello que otros quieren leer o escuchar o decir a través de tus líneas.

Hablar de las Marbellas de la política, de los seis meses de gobierno municipal, de los errores, tropiezos, aciertos, equívocos de nuestros representantes. Escribir sobre el cambio climático, sus consecuencias para nuestra ciudad, las urgencias de avanzar hacia un futuro sostenible, en equilibrio. Desmenuzar presupuestos municipales, extraer el meollo de sus fallas, poner el acento en sus vacíos, vocear un apocalipsis. Y luego, proyectar distopías, historias de política ficción, debatir entre los tirios y los troyanos, acuñar cuñadismos.

Pero más allá de todo esto existe la realidad de lo cotidiano que marca las pautas de la vida real que disfrutamos y padecemos y cuyos hitos solo nos atañen a nosotros mismos, a nuestro alrededor. “Aquellas pequeñas cosas” de Serrat “Que el viento arrastra allá o aquí / Que te sonríen tristes y /Nos hacen que / Lloremos cuando / Nadie nos ve”. Y que nos hacen claudicar ante la vida que estalla ante nosotros, ante la que se apaga, ante la que nos hace vibrar en ese compás íntimo y secreto, que se revela ante nuestra mirada en una sonrisa o en un comentario procaz y soez. Lo tangible y lo humano, lo real que nos sacude.

Y puede ser una caña y unas gambas al pilpil en el Rincón de Nico, un bacalao frito en el Limpio o un mollete de carne mechá en el Fiesta. En lo más tangible.

O una caricia de Daniela, una mirada de Antonia, un wasap de Javitxu a mil kilómetros, una videollamada de Miriam. En lo más humano.

O una prueba médica en positivo que nos permite vivir más y mejor, o lo terrible y atroz que nos hunde, o un viaje iniciático que nos cambia para siempre. En aquello que nos sacude.

Se cierra un año, una década. Y más allá de una columna en un diario está la vida, que es mediata y finita y se nos ofrece entera, abierta y real para que la disfrutemos, la exprimamos, la vivamos.

Feliz año. Feliz década. A por todas. A por todas.
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