¿Qué tal el primer día?

Volvemos al cole, y esta figura, primera persona del plural, no es baladí, porque cuando un hijo, nieta, sobrino vuelve al cole, volvemos todos y todas. Más aún este año, preñado de incertidumbres, cuando el latido del covid 19 parece acaparar todos los primeros temores y hace más acuciante un tránsito que se dilata seis meses, el momento en el que hubimos de confinarnos para salvaguardar nuestra salud. 

Este año, a las mochilas, los aperos varios tradicionales asociados a la enseñanza, se sumarán otros nuevos como las mascarillas o los guantes o los geles hidroalcohólicos y nomenclaturas más propias de la ciencia ficción como grupos burbuja o más cercanos a protocolos policiales como distancia de seguridad o de la burocracia más kafkiana como flexibilidad, opcionalidad, semipresencialidad sincronizada o alternante. Y esto para todas.

Pero además, la vuelta al cole en la pública, en la educación pública, la de todos y todas, la que genera igualdad de oportunidades, favorece el ascensor social, garantiza el aprendizaje universal y entronca con la idea de solidaridad y responsabilidad compartida, colectiva, plural, tiene sobre sí una sombra aún más oscura. Más oscura, porque a la falta de recursos estructural, se suma la falta de recursos coyuntural para protegernos de la covid. La educación pública exige, porque los necesita, más recursos.

Reducir la ratio por docente y habilitar espacios alternativos para mantener la distancia de seguridad. Contratar más personal docente y no docente, de apoyo de NEAE y de limpieza. Contratar personal sanitario para los centros educativos. Protocolo sanitario realizado por expertos y dotado de recursos. Plan de rescate educativo y reorganización de los currículos educativos. Estas son solo algunas de las reivindicaciones que se realizan desde diferentes plataformas ante la llegada de este inicio incierto de curso. Reivindicaciones algunas de ellas históricas y a las que no se da respuesta de manera reiterada y que, ahora, con la llegada de la pandemia salen a la luz pública con más razón de ser si cabe.

Y estas responsabilidades, cuya competencia recae en la administración autonómica, la están asumiendo por imposición de la realidad en muchos casos los ayuntamientos, los propios centros educativos o las AMPAS, poniendo de su bolsillo el dinero o el personal o el conocimiento para sacar adelante esta distópica vuelta al cole.

No seré yo el que pinte el temor en la mirada de Daniela, ocho años, pero es cierto que me azota una vibración que pivota entre la indignación, el enfado mayúsculo y la rabia y cierta pesimista resignación provocada por la indolencia mostrada por una parte de la administración.

Y todo esto cuando a lo único a lo que me gustaría aspirar mañana, al recogerla, sería a preguntarle ¿qué tal el primer día?.