"... a la altura de Marbella"

05/09/2018
En este último verano del que vamos arriando velas con los quehaceres más mundanos del día a día, dejando atrás, cierta sensación de imbatibilidad adolescente en la que parece que el estío no va a terminar nunca, digo que en este último verano y por extensión en este último año, he escuchado en excesivas ocasiones una frase hecha que siempre termina del mismo modo “… a la altura de Marbella”.  

Y el peligro de esta expresión hecha, “… a la altura de Marbella” es que es un arma de doble filo, cargada de posibles segundas interpretaciones, sobre todo cuando se desconoce cuál es el baremo que sitúa a nuestra ciudad en una altura u otra.

¿Esta Marbella a la altura de su marca? ¿Qué parámetros escogemos para certificar o denostar esta afirmación? ¿Limpieza? ¿Número de pernoctaciones? ¿Hoteles de alta gama? ¿Transporte público? ¿Transparencia? ¿Alquileres? ¿Participación ciudadana? ¿Precios? ¿Instalaciones deportivas? ¿Agenda cultural? ¿Servicios? ¿Respeto al medioambiente? ¿Movilización ciudadana? ¿Gentrificación? ¿Gestión responsable del turismo? ¿Feminismo? ¿Eventos deportivos? ¿Defensa y promoción de su patrimonio? ¿Playas? ¿Qué playas, Cabopino, La Bajadilla, La Salida?

Reiterar de manera casi permanente “… a la altura de Marbella” como un mantra publicitario significa realizar un diagnóstico demasiado autocomplaciente de una ciudad a punto de descubrir sus pies de barro y que tiene un exceso de asignaturas pendientes que con cada temporal, plaga de medusas o recuperación de destinos en competencia deja al descubierto.

He insistido en esta misma publicación y en diferentes ocasiones en dos cuestiones.

Una, las dos Marbellas que viven superpuestas, que son contrarias y complementarias, que se necesitan la una de la otra porque al final resultan ocupar el mismo espacio, ser la misma ciudad viviendo y mutando en capas diferentes según la estación. Seguro que estas dos sociedades/ciudades tienen una concepción diferente de lo que significa estar “… a la altura de Marbella”, y que sus preocupaciones convergerán y divergirán en distintos momentos.

Dos, el motor económico, el turismo, que se quiebra y tiembla ante el evite de las medusas, de la recuperación de los destinos de la competencia, de los temporales que arrasan nuestras playas, de la falta de visión de futuro, del proyecto a largo plazo, de la búsqueda de nuevas opciones, de nuevos nichos de mercado, de la inexistencia de un Plan Director de Turismo “… a la altura de Marbella”.

Llega el nuevo curso político, que no nos engañemos no empieza ahora, en septiembre, si no que se inició el 29 de agosto de 2017 tras la moción de censura, y nuestros representantes tendrán la obligación antes de mayo de 2019 de hacernos ver a los votantes cuál es su baremo, su parámetro para definir la altura de Marbella y con ello, mostrar sus intereses sobre el desarrollo futuro de esta ciudad y qué boceto piensan pintar en el horizonte con el voto, o no, que les demos.

Porque al final la pregunta que nos debemos hacer más allá de la marca, del postureo, del mantra publicitario es … ¿Está Marbella “… a la altura de Marbella”?
 
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