El mar te vio partir

01/03/2014
Sólo nace un genio cada cierto tiempo. Es lo que hemos escuchado durante estos días de la figura de un innovador, de un músico que cambió la forma de ver la España de pandereta y que marcó un estilo, un antes y un después en el mundo no sólo del flamenco sino del arte en general. Siento una gran responsabilidad al escribir sobre Paco de Lucía porque no soy una persona que siguiera su trayectoria al pie de la letra ni tampoco que lo conociera, como muchos, por ser el tío de Malú. Pero necesitaba expresar aquello que me provoca el ver unas manos pulsando unas cuerdas de una guitarra y que salieran tan hermosos acordes. Y eso que no entiendo de música, sólo sé que me estremecía el oír palpitar su guitarra.

Paco de Lucía se despidió de su público español aquí en Marbella. La cantera fue el escenario de un grande aunque él, desde mi humilde opinión, no se sentía como tal. Era simplemente un artista, un gran artista, un privilegiado por el don del arte que vivía, bohemio y soñador, humilde y sencillo, como todo creador. No era difícil verlo en los sitios de la gente normal, en el restaurante de menú o en el chiringuito de la playa, eso sí equipado con su inconfundible atuendo y su gorra que ocultaba su eterna timidez que escondía como siempre. Cierto es que no parecía una estrella, más bien un hombre tranquilo que se alimentaba del sentir más pueril, popular y alejado de la fama.

Creo que realmente durante su vida hizo honor a su canción estrella. Vivió entre dos aguas. Entre la realidad del mundo terrenal, que le permitía captar la esencia de la vida, y la creatividad, que le emanaba como don innato en los genios. Su mundo rebasaba fronteras y lo plasmaba con sus manos. Manos elegantes, rápidas, sensibles, mágicas. Compartió escenario con los más grandes a los que él y su guitarra les hacían aún más grandes. No se rindió de homenajear el flamenco y de llevarlo por bandera por todo el mundo. Era innovador, rompedor, transgresor y al mismo tiempo impulsor de un nuevo concepto que atraía, incluso, a los que no sabíamos de flamenco. Simplemente ha dicho adiós un hombre que puede ser reconocido como patrimonio de la humanidad.

El mar le vio nacer pero también le vio marchar, aunque a la otra orilla del mundo. Un frío helado recorrió su garganta en los momentos en los que jugaba en la playa con su hijo pequeño. Una garganta que nunca le dejó ser cantaor porque su timidez se lo impedía, pero al mismo tiempo le descubrió su mejor manera de ser. Y lo dejó patente porque su timidez le abrió paso a su mejor compañera de viaje, su guitarra. Esas manos dejaron un legado único e irrepetible, que perdurará en la eternidad. Por eso Paco de Lucía no se va, se queda en el corazón de la sensibilidad, en la bondad de un sentir, en la honradez de un arte cuya grandeza no tiene palabras. Sólo basta escuchar una melodía para saber que ese recuerdo siempre estará en nuestro palpitar. Gracias Maestro. El recibimiento allá donde estés habrá sido como te mereces. Hoy, sin duda, como dicen, el cielo es más flamenco.



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