Lágrimas artificiales

11/02/2021
Este domingo, ya pasado, escuchaba atentamente por la radio a Juanjo Millás. A Juanjo siempre hay que escucharlo con mucha atención por todo lo interesante que te transmite. La conversación que mantiene todos los domingos con Javier del Pino -otro gran comunicador- a través del programa de la Cadena Ser “A vivir que son dos días” es a hora temprana. A las nueve y minutos de la mañana, muy poco después de los informativos que esos si que son puntuales. Un servidor, haciendo gala del título del programa, lo hacía además plácidamente o lo que es lo mismo, desde mi cama.  

Contaba Juanjo que se encontraba bajo un leve tratamiento para sus ojos y que, aún cuando lo importante en la radio es la palabra, él no veía bien por culpa de unas gotas recién depositadas en órganos tan esenciales. Anticipaba también que el trastorno era pasajero. Que poco a poco recuperaría una visión normal, que más que normal lo sería acorde a su edad. Como la mía. A la edad y a la visión me refiero.

El producto había sido comprado en una farmacia. Sin receta médica. También puede adquirirse por Amazon y, la verdad, lo desconozco, es posible que hasta en un chino. Establecimiento esencial aquí en Andalucía. Lo curioso es que esas gotas eran lágrimas. Sí, sí. Lo que oyen. Bueno, oírlo, escucharlo, lo hice yo por la radio. Aquí el lector lo lee.

Unos ojos cansinos consecuencia de la lectura, sea en papel o en pantalla digital de cualquier artilugio moderno, son propensos a secarse. También puede producirse este efecto por el viento, por el humo del cigarro puro o cigarrillo, por el del incendio del bosque o de ese otro más torpe y descontrolado que se produce en esa barbacoa con la que quiere uno asombrar a sus invitados. En todos esos casos, y algunos más, los ojos se resecan y lo mejor es tener avituallamiento de lágrimas. Artificiales sí, pero lágrimas.

La semana, también pasada, ha resultado penosa e indignante. Tampoco ha sido muy diferente a cualesquiera otra de las cincuenta y dos anteriores. No es necesario recordar que ya llevamos todo ese tiempo en alarmante estado, sutilmente distinto al estado de alarma. Pero lo de esta última ha sido ya de traca. Casi, casi, como las valencianas.

Una tal Dolores Rubio, a la postre todavía gerente del Hospital de Alcalá de Henares dependiente del Consejero de Salud de la Comunidad de Madrid, ha sido grabada en una reunión de trabajo echándose las manos a la cabeza porque los enfermos de su hospital -lo del “su” habría que ponerlo en mayúsculas pero va a ser que no- tienen teléfonos móviles en las habitaciones con los que se pueden poner en contacto con sus familiares. Todo para evitar que pongan impedimentos al ser trasladados al famoso hospital de la señora Díaz Ayuso, de quien depende el señor consejero. Para llorar. Escuchar todas las grabaciones da para llorar amargamente.

Lloro de nuevo cuando recuerdo al señor obispo de Tenerife. Ese siervo de dios es cristo que se ha vacunado con la primera dosis porque se había confundido donde residía. Él creía que era en una residencia de ancianos -que por edad si le tocaba estar allí, jubilado- pero que se equivocó sin maldad. Ni quería engañar a Dios ni a Sanidad. Mis lágrimas aquí son celestiales. Como las del cura negacionista de Alicante que ha terminado contagiado de COVID. El caso es que no ha sido solo él; también hasta nueve monjas de clausura del Santuario de la Santa Faz. Investigando están las autoridades -no me pregunten cuales- de como se ha producido el contacto. Al del virus me refiero, no me piensen mal.

Recuerdo la lista de los alcaldes listillos, la del encargado de mantenimiento de los televisores o el del quiosco de los ciegos de otro hospital. Sigo llorando cuando por parte del gobierno de la nación se quiere amparar a quienes violan la propiedad privada de tu vivienda, la escriturada a tu nombre, sin ser invitados ni cortés ni violentamente a entrar en ella. Mis lágrimas se recrudecen cuando una alta funcionaria -perdón, funcionaria no que para eso hay que estudiar y sacarse una oposición- conjuga su puesto y su sueldo con la ayuda y asistencia para un bebé. El de la ministra que la colocó en ese puesto. Lloro de nuevo con Bárcenas, con lo que representa y lo que representó. Con todos los “M punto”, los Pablo, el del güito, y el senador Maroto que no salió de diputado por Álava pero que su amigo presidente le enchufa en el Senado por Castilla y León. Lloraría por los “youtubers” famosos que se van para pagar menos impuestos. Como si esto fuese nuevo y no se llevase haciendo ya mucho tiempo por grandes empresas del IBEX. Lloraría por ellos aunque casi mejor sería hacerlo por los padres de esos adolescentes seguidores de los ídolos de barro.

Y en plan local lloro, y pocas lágrimas me restan, por Ángeles Muñoz, la alcaldesa-senadora de Marbella. Con su aquiescencia el dependiente concejal de Obras, con nocturnidad y alevosía, ha puesto patas arriba la preciosa y emblemática Plaza de los Naranjos de mi ciudad dejando que maquinaria semipesada ruede por un enchinado efectuado con técnica granadina y que llegó a costar 200.000 euros. Lástima que ninguna de esas máquinas tropiece con el busto allí instalado de otro evasor, que también lleva más de 183 días fuera de España, y que ahora llaman emérito.

Ya me dirán ustedes si, como Juan José Millás, no necesito comprar más lágrimas artificiales. A mí de las de verdad ya no me quedan.
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