¡Campeones, campeones, oe, oe, oe!

22/04/2021
Nos gusta cantarlo. Tenemos pocas ocasiones, y más bien de tarde en tarde, pero nos gusta cantarlo. Además, en este nuestro país somos de himnos con letra corta. Muy corta. Inventada por el populacho, cuando conviene es tatareada por más de un estirado. Me refiero al “oe, oe, oe”, y también -porque sé que lo estás pensando- al “chan, chan, chan”. Nos gusta tararearlo y repetirlo, aunque sea en modo “la, la, la”. 

Realmente somos un pueblo especial. Y con historia. Es tan vasta nuestra historia que en ocasiones, ¡que digo en ocasiones!, más bien muy a menudo, no sabemos con que parte quedarnos para que se nos identifique. Y eso no es bueno. Quizá tendremos que hacer una encuesta más allá de nuestras fronteras y que sean los demás -seguro que con mucho malaje- los que nos definan. La autodefinición queda descartada. Nunca nos pondríamos de acuerdo. Ya lo ves. No empezamos bien. Aquí, entre nosotros, es muy difícil ponerse de acuerdo.

Así que, puestos a transitar por nuestra historia, como muy acertadamente nos enseñaba una estupenda serie de televisión, española, que llevaba por título “El Ministerio del tiempo”, todo lo que vayas a leer tómalo como dentro del género fantástico. Como si no hubiese ocurrido. Ni es real, ni entra dentro del mundo del terror. Decía Ibáñez Menta, maestro de este género y padre del admirado Narciso Ibáñez Serrador que “El terror es una forma de evasión como puede ser la risa”. No te aterres. Ríete.

No hay nada mejor que empezar riéndose de uno mismo antes de reconocer que somos envidiosos, altaneros y criticones, y que nos cuesta meternos el dedo en ojo propio. Desde pequeños nos gusta la malicia y el engaño. Nos vamos preparando más adelante mediante la astucia y el fraude, lo clásico de un trepa. No nos importa dar la puñalada trasera si ello va en beneficio propio. Si hay que negar, se niega. Más que San Pedro, todavía no santo. Si hay que mentir, se miente. Y no de forma piadosa, que también.

Lo de piadoso tiene realmente un capítulo aparte. Quizá todo, o mejor parte, de nuestros vicios, de nuestro carácter, tenga origen en aquellos que ungidos con santos óleos hacían realmente de su capa un sayo. Quienes nos adoctrinaban. Que se les consintiese, se les amparase, se les adulase y adorase, y que se continúe haciendo, eso sí es un acto de terror. Aquí te pido que no te rías. Y eso de lo que sabemos. De lo que no sabemos no cabe decir. También somos de los que nos gusta culpabilizar a la primera con el rumor antes que lo haga un juez -quizá también con signos de culpabilidad-, aunque al final exculpe al ajusticiado. Nuestra no es la culpa. La culpa es siempre del otro … y de Tele5.

El fariseo, el hipócrita, el inquisidor, el desleal, el chivato o delator, el pío. Piedad, misericordia y compasión que se demuestran en lugares y situaciones lejos de la opulencia, del goce. Es allí donde los bienes escasean, donde las personas también existen, donde se encuentra solo el misionero, el voluntario, el que tiene dos manos, pero sin que sus dedos soporten el peso de anillos baboseados. Ellos, estos últimos, son muy pocos. Los demás, como gran ejemplo de la caridad, de vez en cuando introducimos una monedita por la ranura de la hucha de la Cruz Roja. Los pecados de confesionario en el confesionario se quedan. Después de cumplir la penitencia, claro.

Ya de adultos, con dineros y posibles, entramos en las triquiñuelas. Lo hacemos todos los años cuando de rellenar la declaración de la renta se trata. Es verdad que cada vez menos porque nos tienen pillados. Hay alguien más listo que sabe mucho de nosotros. En ese momento es cuando nos damos cuenta que esos apelativos anteriores nos sirven para redimirnos un poco. Por encima nuestro hay alguien más perverso. La única salida en la que seguimos siendo campeones se basa en el engaño y el fraude. Mejor tendríamos que decir subcampeones porque creo que en este aspecto los italianos nos superan de largo. Es lo que tiene Italia. Ellos, gracias a los romanos que estuvieron allí mucho más tiempo que en España, ¡claro está!, tienen más galerías y túneles con que forjar esa economía subterránea, que no sumergida. Aunque nosotros estamos, ahí, ahí.

Lo bueno de todo esto querido lector es que nada de lo descrito anteriormente te afecta a título personal. Créeme. Todo eso está relacionado con tu prójimo. Todos deben saber que ni tú, ni yo, somos así. No tengamos miedo como tampoco lo tenía el gran maestro Ibáñez Menta. Acertadamente, decía él: “Yo le temo a los vivos”. Así que, eso. No lo pagues conmigo. Ni a causa de mí. Ni por mí. Sigamos tatareando. Al igual que Florentino con su Súper Liga, o la Aguirre con su Súper Goya. En voz alta: ¡Campeones, campeones, oé, oé, oé!
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