Cuídense del bicho

28/09/2017
Ya queda muy poco para el procés, tan solo días para que esa criatura vea la luz —si es que la ve— a partir del uno de octubre. Reconozco que me ha costado escribir algo de tan manido y manipulado tema. Me resistía porque esto que está ocurriendo en este país de pandereta desde luego no pertenece a ese sutil y etéreo mundo de las utopías como reza en el título de mi columna virtual sino al pesado plano de lo humano, a esa faceta nuestra tan humana y marcadamente española de enmarañarlo todo. Al final escribo estas líneas, no tanto para buscar aprobación a mis opiniones sino como una cuestión puramente fisiológica de desahogo ante tamaña asfixia.  

De un mundo utópico se esperaría altura de miras y capacidad de diálogo de nuestros dirigentes, serenidad y actitud crítica de nuestros ciudadanos ante la desinformación y la manipulación y para todos más respeto y civismo. Ni lo uno ni lo otro. Como me refería en mi artículo anterior, las hordas de siempre se posicionan donde les está marcado, sin medias tintas. La realidad es mucho más compleja y escapa a los análisis simplistas.

Me da la impresión de que esto de los independentismos, al menos el de Cataluña y alguno que nos es cercano, obedece más a oportunismos políticos de cubrir un nicho de mercado, en este caso político y rentable electoralmente, que a una preocupación ciudadana si interpretamos algunos datos.

Entiendo que un proceso de estas características debe partir de un sentimiento ciudadano, de un malestar profundo y generalizado de la sociedad catalana. La encuesta de percepción ciudadana del CIS en julio de 2017 sobre los tres principales problemas para los españoles, también incluidos los catalanes, eran el paro, la corrupción y el fraude seguido de los políticos en general, los partidos políticos y la política. Parece que aparte del paro hay un hartazgo de la clase política. También preocupa la situación económica, la educación…no tanto el tema de los nacionalismos, que aparece en cola.

En 2012 el barómetro oficial de la Generalitat publicado por el Centro de Estudios de Opinión afirmaba que solo un 51% de la sociedad catalana votaría ‘si’ en un referéndum sobre la independencia, una cifra significativa pero baja, a mi entender, para tomar una decisión de ese calado en una sociedad cada vez más fragmentada por esta cuestión. Hoy, debido al crispamiento social y la negación de la libertad de expresión, el resultado sería otro distinto.

En el otro lado un gobierno que no ha sabido estar a la altura con lo primero que se le exige a un gobierno central y a sus políticos: la capacidad de dialogo y saber anticiparse a los problemas del país. Pongo otro dato significativo en la mesa: cuando llegó Rajoy al gobierno había catorce diputados independentistas en el Parlamento Catalán, hoy son mayoría absoluta con un total de 72 diputados. Algo que se puede explicar por una sordera endogámica o la estrategia de la ignorancia, creyendo que así con el tiempo y el aburrimiento de la propia sociedad catalana, ante tanto despropósito, todo volverá al statu quo.

Quizás era el momento para hablar sobre reformas del ordenamiento jurídico, de otros modelos territoriales o sistemas políticos o incluso para haber planteado un referéndum oficial en Cataluña no vinculante pero con todas las garantías, la máxima información de las consecuencias de la posible secesión y trasparencia para conocer la opinión de los catalanes, la de todos, —los del ‘si, los del ‘no’ y los del ‘no sabemos, no contestamos’— sobre una cuestión no baladí de su futuro. Como dijo Lluis Pasqual: ‘Es un referéndum, no es un acto para declarar la independencia. Es una consulta acerca de la independencia. Y es para votar’.

Seguramente el problema —si es que lo es— hubiera acabado ahí, pudiendo empezar una senda para reformar el sistema político español hacía otro diferente. Hay que pensar que un 82% de los catalanes son más partidarios de solucionar el problema catalán con un referéndum pactado y plenamente legal sobre la independencia.

Y es que este procés carece de toda la credibilidad, lo primero porque se aprobó la ley de referéndum por el Parlamento Catalán sin mayoría cualificada, otra porque no parece reflejar el sentir general de la sociedad catalana sino el de la opinión coercitiva de los partidarios del ‘si’ y otra por no tener amparo legal ni apoyo del Estado que lo dote de las garantías necesarias.

Ahí tenemos de referencia a otros procesos como el de autodeterminación escocés que se celebró con todas las garantías, conforme al ordenamiento británico y con la autorización de su Gobierno Central, no de forma unilateral. Votaron que no. Y no pasó absolutamente nada, pudo salir que sí y ahora sería una nación. Fue una lección de civismo como también ocurrió en Canadá o en Montenegro.

Hemos creado un monstruo ante la incapacidad e inteligencia política de encarar los problemas territoriales y nuestro actual modelo de estado. Tomo prestadas las palabras de Alberto Garzón cuando habló del fascismo y que se pueden aplicar a este proceso: “Al principio es fácil tratarlo pero muy difícil diagnosticarlo. Y cuando ya está muy avanzado es muy fácil diagnosticarlo, pero muy difícil tratarlo. Cuídense de no estar alimentando al bicho. Porque es un bicho terrible”.
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